Especial Mayo 14 de 1998
Al iniciarse la etapa republicana de nuestra historia, Santafé de Bogotá era una ciudad que contaba apenas con veinticinco mil habitantes, población bastante exigua si se la compara con los varios cientos de miles de Tenochtitlán a la llegada de los españoles, o con los noventa mil con que contaba Sevilla, la más populosa de las ciudades de la península ibérica, al iniciarse la conquista. San Juan de Dios, a fines del siglo XVIII, había sido prácticamente el único hospital con que contaba la capital del Virreinato. Muy pronto, sin embargo, al iniciarse la república, otros pequeños hospitales se dieron al servicio para atender núcleos especiales de la población como los militares y los menesterosos.
En el año de 1828, el Libertador Simón Bolívar dictó un decreto que determinaba las funciones que debían cumplir los síndicos de los hospitales y en especial los de San Juan de Dios, y en octubre de 1832, la Cámara de la Provincia de Bogotá dictó el Decreto Orgánico del Hospital de Caridad. Se determinaba en el artículo primero que "En el Hospital de San Juan de Dios no se admitirá sino el número de enfermos que puedan asistirse con toda comodidad con el producto de sus rentas". El artículo tercero decía que "Se admitirán de preferencia aquellos pobres que tengan enferme-dades incurables i asquerosas, los que saldrán del hospital sólo en caso de que logren curarse perfecta-mente", y el artículo cuarto rezaba: "No se admiti-rán esclavos de ninguna clase de personas". Este decreto orgánico del Hospital lleva las firmas del Presidente de la Cámara, doctor José Félix Merizal-de y de don Rafael María Vásquez como Secretario.
En octubre de 1835, la Cámara de la Provincia de Bogotá, mediante decreto, estableció la Junta Administradora que debía gobernar el hospital, señaló el número y la calidad de sus funcionarios, y tres años más tarde reglamentó los aspectos económicos de la Institución. Los médicos forma-dos en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario que ejercían en el Hospital, desempeñaban labores médicas y quirúrgicas alternadas con quehaceres administrativos. El doctor José Félix Merizalde, por ejemplo, quien dirigió por algún tiempo el servicio de enfermedades venéreas e hizo reproducir sobre la puerta de entrada el conocido lema que existía en La Salpetriere de Paris: "Si no temes a Dios témele a la sífilis", pidió a la Goberna-ción de la Provincia que prohibiera la entrada al Hospital a los que hubieren contraído enfermedades debidas a su mala vida, como las prostitutas y los alcoholizados, alegando que la institución era pobre y que, en consecuencia, no debía aplicar sus recur-sos para tratar a los viciosos. La autorización pedida le fue otorgada pero la disposición tuvo corta vigencia.
Durante el siglo pasado el Hospital atendió toda clase de enfermos, desde los afectados por las epidemias de enfermedades infectocontagiosas hasta los heridos en las guerras civiles que frecuen-temente se presentaron por esos tiempos. Presiden-tes y expresidentes como José Hilario López y José María Obando fueron tratados en sus salas de enfer-mería, al igual que las damas más linajudas de la sociedad.
En 1858 el Estado de Cundinamarca sancionó el Código de Beneficencia en el que trataba de los enfermos mentales, disponiendo que fuesen recibidos en el Hospital, pero las condiciones para su internamiento eran tan exigentes que muy pocos podían ser hospitalizados. Refiriéndose al tema de los enfermos mentales, don Lino de Pombo decía: "Cuando alguno de ellos llegaba a enfermar-se, lo encerraban en su casa, si la tenía, o si no, ya en último caso, se llevaba al Hospital de San Juan de Dios, en donde el tratamiento al que se le sometía, de encierro en calabozos lóbregos y fríos, llamados con mucha propiedad jaulas, sujetado con cadenas, bañado con frecuencia con agua fría, en una palabra torturándolo implacablemente, pronto daba cuenta de él, siendo naturalmente raro el que escapaba con vida de semejante régimen, que dicho sea de paso era el régimen conocido y aplicado en aquellos tiempos en casi todo el mundo para el tratamiento de los que para su gran desgracia la suerte castigaba con la pérdida de la razón". Años más tarde, ya en este siglo, la Beneficencia de Cun-dinamarca organizó las instituciones hospitalarias destinadas al fin exclusivo de atender los enfermos mentales. San Juan de Dios no volvió a recibirlos y tan sólo en 1973, ocupando yo la Dirección del Centro Hospitalario, se inauguró una Unidad Psi-quiátrica, con el nombre del profesor Maximiliano Rueda Galvis, en donde se pudieran atender los problemas psicológicos y psicosomáticos de los enfermos de tan importante Hospital General.
Un hecho importante en la historia del Hospital tuvo lugar en 1867 cuando el General Santos Acosta sancionó la ley presentada a la Cámara de Representantes por el diputado doctor Vicente Plata Azuero creando la Universidad Nacional, y el Hos-pital de San Juan de Dios, que pertenecía al Estado de Cundinamarca, se incorporó a ella. El decreto reglamentario de la Ley que estableció la Universi-dad Nacional, designó como local para la Escuela de Medicina el claustro principal del edificio de San Juan de Dios anexo al Hospital. El decreto firmado por el Presidente Santos Acosta, fue segui-do por el nombramiento de todo el profesorado de la Escuela de Medicina, entre los cuales figuraron médicos eminentes de la categoría de Antonio Vargas Reyes y Nicolás Osorio. Dos años más tar-de, en 1870, el Hospital de San Juan de Dios entró a formar parte de los establecimientos adminis-trados por la Junta de Beneficencia de Cundina-marca.
Sucesivas modificaciones legales han venido cambiando la relación del Hospital con la Universi-dad Nacional y las instituciones de salud del Estado. Pero su vigencia como Hospital Universi-tario, destinado principalmente a la atención de los menos favorecidos por la fortuna y a la formación de los profesionales de la salud, se ha seguido manteniendo incólume a lo largo de los 275 años de su existencia. Hacia mediados de este siglo, San Juan de Dios era prácticamente el único hospital de la ciudad en donde se enseñaba la profesión médica. La aparición de nuevas Facultades de Medicina y de nuevos hospitales, permitió que la acción universitaria se cumpliera con éxito induda-ble en otras instituciones. Sin embargo, el Hospital de San Juan de Dios, con su inmensa y respetable tradición, con su vigoroso y permanente impulso por alcanzar metas cada vez más altas en el desarrollo de su misión, continuará siendo, sin duda alguna, el más importante de los Hospitales del país para todos aquellos que nos formamos en él y para los que en algún momento de nuestras vidas tuvimos el honor de dirigirlo.
En el año de 1828, el Libertador Simón Bolívar dictó un decreto que determinaba las funciones que debían cumplir los síndicos de los hospitales y en especial los de San Juan de Dios, y en octubre de 1832, la Cámara de la Provincia de Bogotá dictó el Decreto Orgánico del Hospital de Caridad. Se determinaba en el artículo primero que "En el Hospital de San Juan de Dios no se admitirá sino el número de enfermos que puedan asistirse con toda comodidad con el producto de sus rentas". El artículo tercero decía que "Se admitirán de preferencia aquellos pobres que tengan enferme-dades incurables i asquerosas, los que saldrán del hospital sólo en caso de que logren curarse perfecta-mente", y el artículo cuarto rezaba: "No se admiti-rán esclavos de ninguna clase de personas". Este decreto orgánico del Hospital lleva las firmas del Presidente de la Cámara, doctor José Félix Merizal-de y de don Rafael María Vásquez como Secretario.
En octubre de 1835, la Cámara de la Provincia de Bogotá, mediante decreto, estableció la Junta Administradora que debía gobernar el hospital, señaló el número y la calidad de sus funcionarios, y tres años más tarde reglamentó los aspectos económicos de la Institución. Los médicos forma-dos en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario que ejercían en el Hospital, desempeñaban labores médicas y quirúrgicas alternadas con quehaceres administrativos. El doctor José Félix Merizalde, por ejemplo, quien dirigió por algún tiempo el servicio de enfermedades venéreas e hizo reproducir sobre la puerta de entrada el conocido lema que existía en La Salpetriere de Paris: "Si no temes a Dios témele a la sífilis", pidió a la Goberna-ción de la Provincia que prohibiera la entrada al Hospital a los que hubieren contraído enfermedades debidas a su mala vida, como las prostitutas y los alcoholizados, alegando que la institución era pobre y que, en consecuencia, no debía aplicar sus recur-sos para tratar a los viciosos. La autorización pedida le fue otorgada pero la disposición tuvo corta vigencia.
Durante el siglo pasado el Hospital atendió toda clase de enfermos, desde los afectados por las epidemias de enfermedades infectocontagiosas hasta los heridos en las guerras civiles que frecuen-temente se presentaron por esos tiempos. Presiden-tes y expresidentes como José Hilario López y José María Obando fueron tratados en sus salas de enfer-mería, al igual que las damas más linajudas de la sociedad.
En 1858 el Estado de Cundinamarca sancionó el Código de Beneficencia en el que trataba de los enfermos mentales, disponiendo que fuesen recibidos en el Hospital, pero las condiciones para su internamiento eran tan exigentes que muy pocos podían ser hospitalizados. Refiriéndose al tema de los enfermos mentales, don Lino de Pombo decía: "Cuando alguno de ellos llegaba a enfermar-se, lo encerraban en su casa, si la tenía, o si no, ya en último caso, se llevaba al Hospital de San Juan de Dios, en donde el tratamiento al que se le sometía, de encierro en calabozos lóbregos y fríos, llamados con mucha propiedad jaulas, sujetado con cadenas, bañado con frecuencia con agua fría, en una palabra torturándolo implacablemente, pronto daba cuenta de él, siendo naturalmente raro el que escapaba con vida de semejante régimen, que dicho sea de paso era el régimen conocido y aplicado en aquellos tiempos en casi todo el mundo para el tratamiento de los que para su gran desgracia la suerte castigaba con la pérdida de la razón". Años más tarde, ya en este siglo, la Beneficencia de Cun-dinamarca organizó las instituciones hospitalarias destinadas al fin exclusivo de atender los enfermos mentales. San Juan de Dios no volvió a recibirlos y tan sólo en 1973, ocupando yo la Dirección del Centro Hospitalario, se inauguró una Unidad Psi-quiátrica, con el nombre del profesor Maximiliano Rueda Galvis, en donde se pudieran atender los problemas psicológicos y psicosomáticos de los enfermos de tan importante Hospital General.
Un hecho importante en la historia del Hospital tuvo lugar en 1867 cuando el General Santos Acosta sancionó la ley presentada a la Cámara de Representantes por el diputado doctor Vicente Plata Azuero creando la Universidad Nacional, y el Hos-pital de San Juan de Dios, que pertenecía al Estado de Cundinamarca, se incorporó a ella. El decreto reglamentario de la Ley que estableció la Universi-dad Nacional, designó como local para la Escuela de Medicina el claustro principal del edificio de San Juan de Dios anexo al Hospital. El decreto firmado por el Presidente Santos Acosta, fue segui-do por el nombramiento de todo el profesorado de la Escuela de Medicina, entre los cuales figuraron médicos eminentes de la categoría de Antonio Vargas Reyes y Nicolás Osorio. Dos años más tar-de, en 1870, el Hospital de San Juan de Dios entró a formar parte de los establecimientos adminis-trados por la Junta de Beneficencia de Cundina-marca.
Sucesivas modificaciones legales han venido cambiando la relación del Hospital con la Universi-dad Nacional y las instituciones de salud del Estado. Pero su vigencia como Hospital Universi-tario, destinado principalmente a la atención de los menos favorecidos por la fortuna y a la formación de los profesionales de la salud, se ha seguido manteniendo incólume a lo largo de los 275 años de su existencia. Hacia mediados de este siglo, San Juan de Dios era prácticamente el único hospital de la ciudad en donde se enseñaba la profesión médica. La aparición de nuevas Facultades de Medicina y de nuevos hospitales, permitió que la acción universitaria se cumpliera con éxito induda-ble en otras instituciones. Sin embargo, el Hospital de San Juan de Dios, con su inmensa y respetable tradición, con su vigoroso y permanente impulso por alcanzar metas cada vez más altas en el desarrollo de su misión, continuará siendo, sin duda alguna, el más importante de los Hospitales del país para todos aquellos que nos formamos en él y para los que en algún momento de nuestras vidas tuvimos el honor de dirigirlo.
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